Esta noche, me encontré en una pequeña barra en Cayo Hueso.
Apenas tome mi asiento, el camarero me pregunto, “¿Que quieres tomar?”
“Una Cuba Libre,”
le pedí.
Cuando el fue a coger un vaso, le dije que no.
“La cuba libre que yo busco no encajaría en un cristal. Se desbordaría, y bañaría este piso entero en lágrimas de alegría,” le explique.
El camarero se me quedó mirando, confundido. “¿Entonces donde te sirvo esta Cuba Libre?,” me preguntó.
“A unas 90 millas de esta barra,” le conteste.
El camarero entrecerró sus ojos. “A 90 millas de aquí,” el repitió, “Entonces, si te lo sirvo a 90 millas de aquí, donde es que vas a tomar esta Cuba Libre?”
“Debajo de una Palma real, en una costa de arena blanca, con vistas de aguas cristalinas,” le conteste.
El camarero empezó a reírse. “Ya ya,” me dijo, “¿entonces con quien te tomarías esta famosa Cuba Libre?”
Le sonreí, y pensé un momento en mi respuesta. “Con todos los que llevan 63 años pasando sed, esperando que venga alguien a servirles,” le dije.
El camarero, ahora, se quedó serio. “¿Y cuando querrás que te sirve esta Cuba Libre?,” me pregunto, ya dejándome por imposible.
“Ahora,” le dije, “antes de que se derrita el hielo de nuestra fuerza, antes de que mis compañeros paguen sus cuentas y se retiren a sus casas, y antes de que se apaguen las luces de nuestra esperanza.”
El camarero, sin decir otra palabra, cogió un vaso y me sirvió el trago.
No fue la Cuba Libre que le había pedido, pero por ahora, me hizo feliz.
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Art and Words by me
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